Estrella económica en ascenso en América Central

Hace ya más de cuatro años que se firmó el tratado bilateral de libre comercio (TLC) entre los Estados Unidos y Panamá. Durante este período, Panamá ha tomado medidas concretas para expandir los derechos laborales y aumentar la transparencia de su sistema impositivo y de sus transacciones bancarias. En noviembre pasado, por ejemplo, Panamá firmó un acuerdo de intercambio de información impositiva (TESA) con los Estados Unidos, y hace unas pocas semanas la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OECD) formalmente incluyó a Panamá en su “lista blanca” de países que han “puesto en práctica de manera substancial normas impositivas internacionalmente aprobadas”. El acuerdo de libre comercio entre Panamá y Estados Unidos cuenta ahora con fuerte apoyo de los dos partidos en el congreso norteamericano, pero desafortunadamente ha quedado estancado por desacuerdos partidistas con respecto a la extensión de la Asistencia de Ajuste Comercial.

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Entre tanto, la economía panameña avanza de manera arrolladora: está creciendo con más rapidez que ninguna otra economía en América Latina, con una expansión del 9,7 por ciento en el primer trimestre de 2011, en comparación con ese mismo período en 2010. Según un análisis publicado en Latin Business Chronicle [Crónica de Negocios Latinos], Panamá es ahora el país de la región que recibe el monto más alto de inversión extranjera directa como proporción de su Producto Interno Bruto (PIB). Hace menos de un mes, el economista Walter Molano, del banco de inversiones BCP Securities, escribió que “Panamá está en camino de transformarse en uno de los grandes centros logísticos, de transporte y turismo de América Latina”; la revista The Economist, por su parte, ha declarado que Panamá tiene el potencial para llegar a ser “la Singapur de América Central”; y Standard & Poor ha mejorado la calificación soberana de Panamá, que ha pasado ahora de “estable” a “positiva”.

Uno de los factores más importantes que propulsan el crecimiento de Panamá es una expansión de su famoso canal por valor de 5 mil millones de dólares. El proyecto, que se lanzó en 2007 y debe completarse en 2014, es “quizá el más grande proyecto de remodelación de la historia”, como ha apuntado el periodista Tim Rogers. Se calcula que un 15 por ciento del comercio de los Estados Unidos pasa  por el canal, y las compañías estadounidenses esperan, con gran expectativa, beneficiarse del trabajo de construcción que está en marcha.

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En otras palabras, el tratado de libre comercio representa una oportunidad de oro para que los Estados Unidos dé mayor impulso a sus relaciones comerciales con la estrella económica en ascenso en América Central. Si Estados Unidos permite que el acuerdo con Panamá resulte víctima de disputas laborales internas enviaría una terrible señal con respecto a su disfunción política. Es importante recordar (1) que Panamá ha hecho las reformas que los legisladores estadounidenses exigieron y (2) que el Tratado de Libre Comercio ofrecería beneficios significativos a los exportadores de Estados Unidos. Como señaló el demócrata Max Baucus, presidente del Comité de Finanzas del Senado norteamericano, “el dinamismo y crecimiento de la economía de Panamá provee a ganaderos, agricultores y fabricantes estadounidenses oportunidades lucrativas de crear nuevos puestos de trabajo en el país. El tratado, que elimina tarifas y restricciones aduaneras  para los productos de Estados Unidos, creará condiciones más equitativas para los trabajadores y exportadores norteamericanos y permitirá que crezcan nuestras pequeñas empresas y creen nuevos trabajos”.

Conseguir la aprobación del tratado de comercio por parte de los Estados Unidos sería una gran victoria para el presidente panameño Ricardo Martinelli, un magnate dueño de supermercados cuyos primeros dos años en funciones han sido decididamente difíciles y un tanto decepcionantes. Aunque ha seguido una política económica desarrollista, este hombre de negocios conservador ha gobernado a menudo de un modo torpe, cuasi autoritario, que los funcionarios del gobierno norteamericano han contemplado con creciente inquietud.

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Esa inquietud quedó subrayada en un cable de agosto de 2009, enviado desde la embajada norteamericana en Ciudad de Panamá, que fue publicado por WikiLeaks a fines del año pasado. El cable informaba que Martinelli “se había puesto en contacto con la Embajada, entre otras instituciones, solicitando que lo asistieran en la construcción de infraestructura que le permitiría establecer escuchas telefónicas contra posibles amenazas a la seguridad y también contra opositores políticos” (el énfasis es mío). El cable advertía también que el presidente panameño tenía “tendencias autocráticas” y “podía estar dispuesto a prescindir del estado de derecho para conseguir sus metas políticas y de desarrollo”, y agregaba: “Su inclinación por la intimidación y el chantaje puede haberlo conducido al estrellato en supermercados, pero no es, de manera alguna, lo propio de un estadista”.

De hecho, mientras Martinelli sueña con transformar a Panamá en una dínamo al estilo de Singapur, el amiguismo, la corrupción y la intimidación política dificultan su progreso. El país necesita instituciones más fuertes, y su actual gobierno no está haciendo lo suficiente para construirlas. En el Índice de Competitividad Global de 2010-2011, publicado por el Foro Económico Mundial, dentro de un total de 139  países o economías, Panamá ocupa el puesto 73 en la categoría de “instituciones” (detrás de Suazilandia y Azerbaiyán), el 76 en la categoría de “salud y educación primaria” (detrás de Arabia Saudita y Ecuador), el 82 en la categoría de “educación y capacitación superior” (detrás de Jamaica y Guyana), y 106 en la categoría de “eficiencia en el mercado de trabajo” (detrás de Sri Lanka y la Costa de Marfil).

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En diciembre de este año se cumple el vigésimo segundo aniversario de la invasión de Estados Unidos que derrocó a Manuel Noriega, y el duodécimo aniversario del momento en el que los panameños asumieron completo control del canal. Hoy, esa joven democracia está creciendo como la economía de uno de los tigres asiáticos (Hong Kong, Singapur, Corea del Sur, Taiwán). Pero sin mejores instituciones o sin una conducción política más responsable, Panamá nunca logrará realizar sus más altas ambiciones

 

Jaime Daremblum fue embajador de Costa Rica en los Estados Unidos desde 1998 hasta 2004 y es ahora director del Centro de Estudios de América Latina en el Instituto Hudson.

Traducido por Inés Azar

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