La traición de Argentina

La semana pasada, Argentina e Irán establecieron de común acuerdo una “comisión de la verdad” que se encargará de investigar el ataque perpetrado en 1994 contra la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA). Imaginemos que Franklin D. Roosevelt hubiera unido fuerzas con los japoneses para investigar la verdad sobre el ataque de Pearl Harbor. O que George W. Bush hubiera unido fuerzas con al-Qaeda para investigar la verdad sobre el 11 de septiembre. De este modo podemos comprender en toda su magnitud el absurdo y la repugnancia moral de la decisión de Argentina.

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No hay serias dudas con respecto a quiénes planearon y perpetraron el ataque contra la AMIA, que dejó un saldo de 85 muertos y cientos de heridos: Hezbollah llevó a cabo el atentado con coche bomba que habían planeado agentes iraníes y había aprobado la teocracia de Teherán. Hace seis años, Interpol emitió “notificaciones rojas” (lo más cercano que existe a una orden internacional de detención) contra varios funcionarios iraníes—uno de ellos, Ahmad Vahidi, es el actual ministro de defensa. De hecho, el gobierno mismo de Argentina urgió a Interpol a que emitiera esas notificaciones rojas. Cuando Argentina presentó ese pedido, el presidente del país era Néstor Kirchner, el marido —fallecido desde entonces— de la actual presidenta Cristina Kirchner. En otras palabras, al consentir que se encubra la atrocidad cometida por Irán, Kirchner traiciona el legado de su marido, además de traicionar a las víctimas, a sus familias, a la comunidad judía de Argentina, al Estado de Israel y a cualquier persona a quien le importe que se haga justicia.

De paso, el ataque a la AMIA no fue el único atentado terrorista patrocinado por Irán que tuvo lugar en Buenos Aires a principios de la década de los noventas. Los iraníes planearon un atentado con coche bomba, perpetrado en marzo de 1992, contra la embajada de Israel, en el que murieron 29 personas y fueron heridas más de 240. Una de las víctimas de ese ataque era David Ben-Rafael, un diplomático israelí nacido en Estados Unidos. En febrero de 1998, la Juez de Distrito de los Estados Unidos Ellen Huvelle declaró a Teherán culpable de haber orquestado la masacre de la embajada israelí y ordenó que el gobierno iraní pagara aproximadamente 63 millones de dólares a la familia de Ben-Rafael.

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Los ataques de 1992 y 1994 confirmaron que Irán constituye una letal amenaza extraterritorial a los países civilizados de todo el mundo. De hecho, entre los dos ataques llevados a cabo en Argentina, hombres armados, patrocinados por Irán, irrumpieron en un restaurante en Berlín y asesinaron a tres altos dirigentes del Partido Democrático Kurdo de Irán y al traductor que los acompañaba. Como los atentados de Buenos Aires, los asesinatos de Berlín fueron aprobados y facilitados por el gobierno de Irán. En total, “se han establecido lazos entre altos funcionarios del régimen iraní post 1979 y los asesinatos de, por lo menos, 162 opositores políticos del régimen en todo el mundo“, de acuerdo con un informe del Centro de Documentación de Derechos Humanos en Irán, publicado en 2008.

Cuando exigió que se hiciera justicia por los atentados e incitó a Interpol a ponerse en acción, Néstor Kirchner se ganó el reconocimiento de Washington y la buena voluntad de los decisores políticos norteamericanos. Ahora su esposa ha tirado todo por la borda. En un momento en el que Estados Unidos desea vivamente aislar diplomáticamente al régimen iraní, Argentina está en efecto ayudándolo a evadir responsabilidad por uno de sus peores crímenes. No es de extrañar que Guillermo Borger, el presidente de la AMIA, haya repudiado la creación de la “comisión de la verdad”: “No aceptamos a un interlocutor no confiable como Irán, sobre todo cuando se trata de firmar acuerdos”. Entre tanto, el ministerio de relaciones exteriores de Israel expresó “asombro y decepción frente a la decisión de Argentina de colaborar con Irán” y criticó duramente, además, “la inaceptable actitud del gobierno argentino”.

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Para empeorar aun más las cosas, Argentina ha aumentado dramáticamente el comercio bilateral con Irán. La revista de negocios Latinvex, publicada en línea, estima que las exportaciones de Argentina a la República Islámica aumentaron un gigantesco 937 por ciento en 2011, alcanzando un total de 1200 millones de dólares. Y de acuerdo con la consultoría alemana Oil World, en el tercer trimestre de 2012, alrededor del 64 por ciento de los productos de soya importados por Irán provenía de Argentina. De modo que, mientras Estados Unidos ha estado “exprimiendo” económicamente a Irán y proponiendo sanciones globales más severas, Argentina ha estado ayudando a los iraníes a sobrellevar la presión.

Resulta ahora penosamente claro que Kirchner ha decidido unirse al bloque de Chávez —la colección de autócratas de izquierda (incluidos Evo Morales en Bolivia, Rafael Correa en Ecuador y Daniel Ortega en Nicaragua) que han adoptado una política exterior estridentemente antinorteamericana y han proporcionado cobertura diplomática o abierto apoyo diplomático a Irán. Como expliqué en otro lugar, Argentina ya no merece ser un “aliado importante extra Otán” (MNNA, por sus siglas en inglés) de los Estados Unidos, como tampoco merece ser miembro del G20. Después de todo, Argentina tiene ahora un gobierno que nacionaliza abruptamente a una compañía petrolera española, un gobierno que incauta, de manera aleatoria e inexplicable, materiales pertenecientes a un avión militar estadounidense, un gobierno que amenaza a uno de los aliados (Gran Bretaña) más estrechos de los Estados Unidos, un gobierno que encubre los criminales saqueos que lleva a cabo el mayor estado patrocinador de terrorismo de todo el mundo.
Hasta ahora, Kirchner no ha recibido ningún verdadero castigo diplomático por sus acciones. Es hora de que el gobierno de Obama (1) revoque el estatus de Argentina como MNNA y (2) propugne la expulsión de Argentina del grupo G20. Esto no hará justicia a las víctimas de los atentados de Buenos Aires. Pero enviará un mensaje poderoso, e inequívoco.

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Jaime Daremblum fue embajador de Costa Rica en los Estados Unidos desde 1998 hasta 2004 y es ahora director del Centro de Estudios de América Latina en el Instituto Hudson.

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