Un artículo publicado recientemente en primera plana del Washington Post afirmaba que “Irán trata sigilosamente de expandir sus lazos con América Latina”. En realidad, los iraníes han estado expandiendo sus lazos latinoamericanos desde hace ya varios años, y lo han hecho con particular sigilo. Pero la última gira del presidente Mahmoud Ahmadinejad por la región, con visitas a Venezuela, Nicaragua, Cuba y Ecuador, tiene lugar en un momento en el que Irán (1) sufre de una alta tasa de desempleo y de una inflación rampante; (2) se encuentra bajo presión creciente por las sanciones financieras que le imponen los países de Occidente, (3) experimenta una feroz lucha por el poder entre Ahmadinejad y el líder supremo ayatolá Jamenei, y (4) enfrenta una creciente reacción internacional en contra de su programa nuclear y de su comportamiento agresivo. En un artículo de opinión publicado hace una semana, Alireza Nader y James Dobbins, analistas de la Corporación Rand, afirman que “el régimen de Irán es ahora más vulnerable que en cualquier otro momento de sus 32 años de historia”.
En otras palabras, este es el momento perfecto para que Ahmadinejad & Cía traten de fortalecer su asociación con Venezuela que, con su riqueza petrolera, se ha convertido en uno de los más importantes soportes vitales de la economía de Irán. Ahmadinejad llegó el 8 de enero al país sudamericano y se reunió con Hugo Chávez al día siguiente, antes de viajar a Managua para asistir a la toma de poder de Daniel Ortega, el líder sandinista que apoya a Chávez y a Irán y que el 6 de noviembre pasado ganó un segundo término como presidente en un elección ilegítima. (Su re-elección fue ilegítima porque la constitución de Nicaragua explícitamente prohíbe que un presidente en ejercicio busque la re-elección y prohíbe también que alguien ocupe la presidencia durante más de dos períodos en total. El primer período presidencial de Ortega terminó en la década de los 80 y su segundo período comenzó en 2007).
Muchos comentaristas políticos han desestimado la significación de la alianza Teherán-Caracas, han puesto en duda su importancia estratégica y han criticado a los que la consideran una seria amenaza. Pero es imposible negar los hechos. Por ejemplo: en junio de 2008, el Departamento del Tesoro los Estados Unidos acusó al gobierno de Chávez de “proporcionar empleo y protección a los que patrocinan a Hezbollah y reúnen fondos en su apoyo”. Pocos meses después, el Departamento del Tesoro sancionó a un banco iraní y a su subsidiario venezolano por sus vínculos financieros con las fuerzas armadas de Irán. En mayo de 2009, la agencia Associated Press informó que los servicios de inteligencia de Israel creían que Venezuela podía estar proveyendo uranio a Irán. En septiembre de ese mismo año, Chávez anunció que Venezuela iba a comenzar a venderle a Irán 20.000 barriles de gasolina por día. En mayo de 2011, un periódico alemán informó que Irán estaba construyendo plataformas de lanzamiento de cohetes en Venezuela. Ese mismo mes, el Departamento del Tesoro estadounidense sancionó a la compañía petrolera estatal venezolana PDVSA por mantener relaciones comerciales con Irán.
Con respecto al resto de América Latina, como señaló el Washington Post en su reciente artículo, Ahmadinejad ha establecido nuevas misiones de Irán en Bolivia, Chile, Colombia, Ecuador, Nicaragua y Uruguay, además de expandir las embajadas que ya existen en Argentina, Brasil, Cuba y México. Aun más perturbador es el hecho de que Irán haya estado enviando a esos países oficiales de la fuerza paramilitar Quds. Según el artículo del Post, “Antiguos funcionarios de los servicios de inteligencia de Estados Unidos afirman que la presencia de oficiales de la fuerza Quds y de otros miembros de las fuerzas armadas en las misiones diplomáticas de Irán aumenta la capacidad del país de llevar a cabo actividades encubiertas, a veces conjuntamente con miembros del grupo militante de Hezbollah que, con el apoyo de Irán, maneja una extensa red de operaciones en América Latina y mantiene relaciones con los carteles de drogas”. Además, “de acuerdo con funcionarios norteamericanos, la fuerza Quds estaba detrás del presunto complot para contratar a bandas de narcotraficantes mexicanos con el fin de asesinar a un diplomático de Arabia Saudita en la ciudad de Washington”.
La noticia del complot para asesinar al diplomático saudita, que apareció por primera vez en octubre, fue un duro toque de atención sobre el peligro que comporta la creciente presencia de Irán en el Hemisferio. Los iraníes tienen una historia de terribles masacres terroristas perpetradas en América Latina —muy particularmente los atentados de 1992 y 1994 en Buenos Aires— y, según el ex Jefe militar del estado mayor del Perú, general Francisco Contreras, las organizaciones iraníes están asistiendo a otros grupos terroristas en América del Sur. Con la expansión de su presencia terrorista en el Hemisferio Occidental, Irán está sentando las bases para futuros ataques contra intereses estadounidenses e israelíes. Dada la sangrienta historia del régimen, sería estúpido desestimar esta amenaza calificándola de “exagerada”.
De acuerdo con la red de televisión Press TV, basada en Teherán y controlada por el estado iraní, “Promover la máxima cooperación con los países de América Latina es una de las primeras prioridades de política exterior de la República Islámica”. Además de sus incursiones en Venezuela y en otros países miembros de ALBA, Irán ha fortalecido sus relaciones comerciales con Argentina y Brasil. De hecho, el gobierno argentino está aparentemente tan desesperado por establecer una mayor cooperación económica con Irán que hizo en secreto la oferta de suspender las investigaciones sobre los atentados de Buenos Aires a cambio de que se hagan más estrechas las relaciones bilaterales de comercio entre los dos países.
Con respecto al Brasil, la historia es más complicada. Durante el mando de Lula da Silva, que fue presidente de Brasil desde enero de 2003 hasta enero de 2011, el gigante sudamericano se hizo amigo de Irán y (junto con Turquía) asistió en la negociación de un controvertido acuerdo sobre combustible nuclear que socavó los esfuerzos diplomáticos estadounidenses en las Naciones Unidas. En agosto de 2011, María Edileuza Fontenele, viceministra brasileña de relaciones exteriores, describió a Irán como uno de “los aliados más importantes” de su país. Recientemente, sin embargo, la presidenta Dilma Rousseff, sucesora de Lula, ha adoptado una actitud menos cálida y más cautelosa con respecto a los iraníes. Es revelador el hecho de que el itinerario de Ahmadinejad en América Latina no incluya una parada en Brasilia.
De la misma manera que su aliada Siria, Irán se está convirtiendo cada día más en un paria global. Fuera de Venezuela, no tiene en realidad ningún verdadero aliado. La República Islámica considera claramente a América Latina como una región que puede proporcionarle un soporte económico vital en medio de las sanciones globales y que puede también realzar la percepción de su legitimidad diplomática. Ahora, una cosa es que los regímenes radicales y anti-norteamericanos de Venezuela, Bolivia, Cuba, Ecuador y Nicaragua quieran dar ayuda al principal estado patrocinador de terrorismo en todo el mundo. Pero a ellos no debe unirse ninguna democracia latinoamericana que sea digna de respeto.
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