La política del buen vecino

A menos que se produzca una grave crisis internacional, el resultado de la elección presidencial estadounidense de 2012 tendrá muy poco que ver con política exterior. Ciertamente no tendrá mucho que ver con la política de Estados Unidos para América Latina, una región que tanto el presidente Obama como el ex gobernador Romney han ignorado considerablemente en los discursos que pronunciaron hasta ahora en la campaña electoral.

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Todo esto es comprensible, pero también desafortunado. Dejemos de lado los obvios desafíos de política exterior de Asia y del Oriente Medio (China, Afganistán, Irán, Siria, por ejemplo): el próximo gobierno tendrá sin duda que tomar importantes decisiones con respecto a nuestro propio hemisferio.

Por ejemplo, Washington debe decidir si lo más efectivo es continuar el enfoque actual de la guerra contra la droga en México. Debe decidir con cuánta intensidad tratará de lograr acuerdos de libre comercio con países como Brasil y Uruguay. Debe decidir si mantendrá el embargo contra Cuba, que dura ya 50 años. Debe decidir cómo penalizar al régimen de Venezuela por violar constantemente las sanciones globales contra Irán y cómo penalizar a determinados funcionarios venezolanos por  colaborar con las FARC colombianas y con Hezbollah, el grupo militante que cuenta con el apoyo de Irán.

Y si vamos al caso, aun si ignorásemos la alianza de Hugo Chávez con Irán, su apoyo a los narcoterroristas, sus intentos de socavar la democracia en toda América Latina y su hostilidad declarada contra los Estados Unidos, Venezuela sería aun causa de seria preocupación para los decisores políticos norteamericanos. En efecto, la militarización de la sociedad venezolana ha creado las condiciones propicias para que se produzca un buen número de situaciones violentas, incluido un golpe de estado en favor de Chávez, una masacre en las calles al estilo de Tiananmen, o aun quizá una abierta guerra civil. Como escribí aquí mismo hace unos meses, Venezuela se ha convertido en un volátil barril de pólvora que podría estallar si Chávez roba la elección presidencial del 7 de octubre, o si pierde la elección y se niega a dejar el cargo, o si muere de cáncer y lo reemplaza una junta militar.

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Sería más que suficiente si Chávez hubiera creado simplemente un régimen militar (que, de hecho, ha creado). Pero el hombre fuerte venezolano ha creado también su propia versión de la guardia revolucionaria iraní. Conocida como “milicia bolivariana”, esa fuerza paramilitar responde directamente a las órdenes de Chávez y está a cargo de defender su revolución. No se sabe con certeza cuántos combatientes pertenecen a la milicia —que tiene acceso a un vasto arsenal de armamento ruso— pero una prominente figura de la oposición venezolana, la  legisladora María Corina Machado, declaró recientemente al periódico El Universal que había obtenido un documento en el que se indicaba que la meta del gobierno era tener un millón de miembros en la milicia en 2013.

Caracas está ya entre las ciudades con más asesinatos de todo el mundo, y Venezuela, por su parte, tiene con mucho la tasa nacional de homicidios más alta de América del Sur. El Observatorio Venezolano de Violencia, que es una institución independiente, informa que hubo más de 19.300 asesinatos en 2011, comparado con menos de 6.000 en 1999, el año en que Chávez subió al poder. El país se ha convertido en un imán para toda clase de traficantes de drogas, redes criminales y grupos terroristas (no sólo las FARC y Hezbollah, sino también la ETA de España). El Departamento del Tesoro de los Estados Unidos ha sancionado a varios prominentes generales venezolanos por sus conexiones con las FARC, y el traficante de drogas Walid Makled, ahora encarcelado, ha dicho que docenas de oficiales del ejército y funcionarios del gobierno venezolano desempeñaban papeles importantes en su empresa criminal.

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Y si hablamos del  narcotráfico, los funcionarios de Centroamérica necesitan urgentemente recibir más asistencia externa en su lucha contra los carteles con sede en México y contra otras bandas de traficantes de drogas. De acuerdo con el Instituto Internacional de Estudios Estratégicos (IISS, por su sigla en inglés), es posible que el ultra-violento cartel de los Zetas (formado por tropas de las fuerzas especiales del ejército mexicano) controle en Guatemala hasta un 80 por ciento del territorio de Petén, que limita con México y Belice en el norte del país. Un nuevo informe del IISS señala que en América Central hay ahora “tres guardas privados [de seguridad] por cada agente de policía”. El informe cita además una estimación del ministro de defensa de Honduras según la cual un 87 por ciento de la cocaína destinada a los Estados Unidos pasa a través de su país, que tiene la tasa más alta de homicidios de todo el mundo. Durante tres meses, de abril a junio de este año, la Operación Yunque, dirigida por los Estados Unidos, interceptó unas 2,3 toneladas de cocaína en Honduras. Desafortunadamente, la operación estuvo en primera plana no por el éxito de su intercepción sino por un número de redadas de drogas que terminaron en tiroteos, en uno de los cuales pueden haber muerto varios civiles inocentes.

Dada la dura realidad presupuestaria que enfrentan los legisladores norteamericanos, no es realista esperar que Estados Unidos establezca un nuevo programa masivo de ayuda a los países plagados de violencia en el triángulo norte de América Central. Pero Estados Unidos puede y debe dar más asistencia a países como Guatemala y Honduras para que organicen fuerzas policiales y sistemas de justicia más vigorosos y fiables. De acuerdo con IISS, entre 2008 y 2010, Washington le dio a México cinco veces más ayuda contra la droga de lo que le dio a toda América Central. Pero ahora que las Zetas y otros poderosos carteles mexicanos se están atrincherando rápidamente en países vecinos al sur de la frontera, la crisis de América Central merece que Estados Unidos le preste más atención, especialmente porque las instituciones democráticas están también amenazadas por actores políticos locales. (Sirva de testimonio el reciente intento, llevado a cabo por el partido de izquierda FMLN, de secuestrar legalmente el nombramiento de los miembros de la corte suprema de El Salvador).

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Comparado con los países del triángulo norte, Panamá tiene un tasa de homicidios relativamente baja y relativamente poca violencia causada por la droga (aunque tiene todavía serios problemas de delincuencia). Panamá tiene también el canal más famoso del mundo, que está ahora en un proceso de expansión por valor de 5250 millones de dólares. Prevista para completarse en 2015, la expansión del canal hará de Panamá un país mucho más significativo para la economía mundial en general y, en particular, para la economía de los Estados Unidos. (Panamá es ya “la economía más globalizada de toda América Latina”, de acuerdo con Latin Business Chronicle, y Tim Johnson, corresponsal de McClatchy, señala que “las grandes multinacionales como Caterpillar, Procter & Gamble, Dell y la mexicana Cemex han elegido a Panamá como sede de operaciones regionales”.) Esto significa que la estabilidad y el buen gobierno de Panamá no han sido nunca tan importantes como ahora para los intereses de Estados Unidos.

Del mismo modo, nunca ha sido tan importante como ahora la necesidad de que los Estados Unidos forjen una relación fuerte y confiable con el Brasil. Cuando la presidente brasileña Dilma Rousseff estuvo con el presidente Obama este abril pasado, un periodista del Brasil observó que había una “considerable falta de respeto mutuo” entre los dos países. (Este fue en parte el legado del ex presidente brasileño Lula da Silva, que en 2010 intentó socavar las sanciones impuestas a Irán por los Estados Unidos negociando un intercambio de uranio con los iraníes.) Crear un mayor respeto mutuo contribuirá enormemente a orientar la política exterior del Brasil en una dirección más favorable a los Estados Unidos. De hecho, si desea que el Brasil llegue a ser un más robusto defensor de los derechos humanos y de la democracia en América Latina, Washington necesita cultivar una relación bilateral más madura y profunda.

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Una vez más, entiendo por qué estas cuestiones no tienen una alta prioridad en la campaña electoral. Pero tanto el presidente Obama como el ex gobernador Romney deberían hablar mucho más sobre los desafíos y las oportunidades que presenta América Latina.

El ex Embajador Jaime Daremblum es director del Centro de Estudios de América Latina en el Hudson Institute.

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