La tentación de China

En un año pueden cambiar tantas cosas.

En agosto de 2011, cuando la crisis de la deuda europea aumentaba los temores de que se produjera otro ataque de pánico financiero internacional, los funcionarios brasileños hacían alarde del impresionante poderío económico de su país y de la tasa de desempleo más baja de toda su historia. “Esta es la segunda vez que una crisis sacude al mundo”, decía la presidenta Dilma Rousseff, “y por segunda vez el Brasil no tiembla”.  La percepción de que Brasil era una economía en auge, aislada de la agitación global, había atraído a un gran número de empresarios extranjeros con aspiraciones de enriquecerse o de aumentar sus riquezas. Un banquero norteamericano radicado en Río declaraba, por ejemplo, al New York Times: “Si el resto del mundo se está viniendo abajo, éste es un buen lugar para estar”.

Advertisement

En agosto de 2012, con la desaceleración económica de China y de otros países en vías de desarrollo, el Brasil se tambalea al borde de la recesión, en buena medida por la sobrevaluación de su moneda y el lento ritmo de sus exportaciones. La economía brasileña creció mínimamente (0,2 por ciento) en el primer trimestre de este año, y sus persistentes puntos débiles aparecen de pronto magnificados. Aun el sector brasileño de servicios, que dio gran impulso a la economía, experimenta ahora una notable contracción: su índice de actividad (tal como lo mide el gigante financiero HSBC) alcanzó en julio el nivel más bajo de los últimos tres años. Y la producción industrial del Brasil (que constituye aproximadamente un tercio de la economía nacional), “no ha respondido ni a las medidas de estímulo ni a una serie de profundos cortes en las tasas de interés que impuso el gobierno”, apunta el Wall Street Journal. En un artículo publicado la semana pasada en el Miami Herald, la experta en asuntos de América Latina Susan Kaufman Purcell declaraba: “el futuro económico del Brasil parece bastante menos prometedor que su pasado reciente”. Por cierto, aunque su tasa de desempleo sigue siendo baja (por ahora), a Brasil ya no se lo percibe como una incontenible potencia económica.

En otras palabras, el país se encuentra en una encrucijada. Lo bueno es que Brasil tiene la posibilidad de adoptar ciertas reformas estructurales, necesarias desde hace ya mucho tiempo, y fortalecer de ese modo los cimientos de su economía. Lo malo es que los decisores políticos brasileños prefieren adoptar el tipo de capitalismo de estado que China ha puesto en práctica.

Advertisement

Un diplomático brasileño declaró recientemente al Financial Times: “Solía ocurrir que toda América Latina veía a Europa como su modelo ideal. Pero ahora, con la crisis de la zona del euro, ese ya no es el caso. Y, cada vez más, China se está convirtiendo en un modelo más atractivo o plausible”.

Sin duda, el gobierno brasileño tiene ya un papel importante en la economía del país, y el Brasil ocupa un puesto considerablemente más bajo que Chile, Perú, Colombia y México en el Índice de libertad económica de la Fundación Heritage. El actual modelo económico del Brasil está a mitad de camino entre el modelo chileno de libre mercado y el modelo chino de economía de estado, pero más cerca de este último. Sin embargo, el Brasil es un estado de derecho y tiene un sistema político completamente democrático, dos cosas de las que notoriamente carece la China.

La cuestión es si el Brasil se volverá más como Chile o como China. La respuesta tendrá implicaciones profundas para un país de cerca de 200 millones de habitantes que pretende ser una superpotencia en ciernes.

Si queremos comprender cuál es el mejor camino para el Brasil, no tenemos más que consultar simplemente el Informe de competitividad global para 2011-2012, publicado por el Foro Económico Mundial, que enumera los siguientes siete “factores más problemáticos para hacer negocios” en Brasil: (1) la tasa impositiva; 2) las reglamentaciones fiscales; (3) un suministro inadecuado de la infraestructura; (4) una reglamentación laboral restrictiva; (5) la ineficacia de la burocracia gubernamental; (6) una fuerza laboral carente de educación adecuada; y (7) la corrupción. Según el Informe, esos factores “entorpecen la capacidad [del Brasil] de hacer realidad su enorme potencial competitivo”. En el Índice de competitividad global, el puesto del Brasil es inferior al de Chile, Puerto Rico, Barbados y Panamá.

Advertisement

Entre tanto, en el Índice de facilidad para hacer negocios, publicado por el Banco Mundial, para el año 2012, Brasil ocupa el puesto 126, detrás de casi todos los países de América Latina (las seis excepciones son Honduras, Ecuador, Bolivia, Suriname, Haití y Venezuela). En ese sentido, Brasil ocupa un puesto mucho más bajo que el de China (91), en general y también en la categoría de pago de impuestos comerciales (en la que Brasil ocupa el puesto 150 y China el 122).

El notorio “costo Brasil” —es decir, el costo de hacer negocios en el país más extenso de América del Sur— refleja un entorno normativo que necesita urgentes mejoras. Con ese fin, la presidenta Rousseff debe propiciar reformas estructurales destinadas a lograr que el sistema impositivo y el sistema regulatorio del Brasil funcionen con mayor eficiencia y den mayor apoyo al espíritu empresarial, a la creación de trabajo y a la inversión privada. (Desde 1988, la carga impositiva total ha aumentado del 22 al 36 por ciento de la economía, mientras el código impositivo se vuelve cada vez más bizantino). Rousseff debe también dar impulso a las reformas de la educación necesarias para cultivar una fuerza de trabajo más calificada que pueda competir en una economía globalizada. (En la prueba del año 2009 del Programa para la evaluación internacional de alumnos [PISA, por sus siglas en inglés], que clasifica el desempeño de estudiantes en 65 países y sistemas de educación diferentes, los alumnos brasileños ocuparon el puesto 53 en lectura y ciencia y el 57 en matemáticas.)

Advertisement

Hay que admitir que arreglar los problemas de infraestructura del Brasil va a exigir un aumento efectivo en los gastos del gobierno. Pero eso no significa que el Brasil deba emular a la China. De hecho, todo lo contrario. El modelo chino ha producido despilfarro y mala asignación de capitales a una escala verdaderamente masiva. ¿Quiere el Brasil, de hecho, tener ciudades “fantasma”, aeropuertos en los que no aterriza ni un solo avión y trenes que no van a ninguna parte?

No debe sorprendernos que la estrategia económica de Pekín haya fomentado, además, una corrupción rampante, ya que depende completamente de empresas estatales (China ocupa un puesto más bajo que el de Brasil en el Índice de percepción de la corrupción, publicado por la organización Transparencia Internacional). La estrategia económica china ha creado “la más grande burbuja inmobiliaria en un mercado emergente” (en palabras de Merryn Somerset Webb, editor de Money Weekly). Y esa  burbuja puede estar ya en camino de estallar.

Frente a la reciente desaceleración de la economía de la China, los funcionarios comunistas han respondido con una nueva ola de medidas de reactivación por parte del gobierno, incluidos nuevos proyectos gigantescos de infraestructura. Según el economista Barry Eichengreen, de la universidad de Berkeley, “esas medidas permitirán mantener durante un tiempo una tasa de crecimiento del 7-8 por ciento, pero lo harán al precio de agravar los desequilibrios de la economía y de apilar problemas para el futuro. Esta no es una buena noticia para los que, entre nosotros, se preocupan por las posibilidades de China a largo plazo”.

Advertisement

Esa preocupación, según parece, la comparten muchos de los ciudadanos más prósperos de China. De acuerdo con un informe publicado recientemente y citado por el periódico The Economist, más del 16 por ciento de todos los chinos con un patrimonio personal de más de 1.600.000 dólares “ya han emigrado o han presentado solicitudes para emigrar a otros países” y otro 44 por ciento “piensa hacerlo en breve plazo”. Por su parte, más de un 85 por ciento de la población planea enviar a sus hijos a estudiar al exterior, y un tercio posee bienes en el extranjero”.

Dicho simplemente, el capitalismo de estado no es una solución a largo plazo para los problemas económicos de China, y tampoco lo es, por cierto, para los problemas de Brasil. Esperemos que los preocupados funcionarios brasileños lo comprendan.

El embajador Jaime Daremblum es director del Centro de Estudios de América Latina en el Instituto Hudson.

Recommended

Trending on PJ Media Videos

Join the conversation as a VIP Member

Advertisement
Advertisement