El 14 de abril tendrá lugar en Colombia la Sexta Cumbre de las Américas, a la que asistirán representantes de toda América Latina. Pero, para deleite de Washington y para la consternación de Hugo Chávez, la dictadura más antigua de la región no estará representada en la cumbre. El presidente de Colombia Juan Manuel Santos no invitó a Cuba, basándose en la falta de “consenso” entre los otros países, aunque el mes pasado, después de reunirse con Raúl Castro en La Habana, dijo: “Apreciamos de veras el deseo [de Castro] de ser parte de la reunión”. Santos ha hecho notables esfuerzos por mejorar las relaciones bilaterales con los regímenes de izquierda de Venezuela y Ecuador, mientras mantiene cálidas relaciones con los Estados Unidos. Por eso mismo, la decisión con respecto a Cuba era algo tan delicado. Pero Santos finalmente logró adoptar la posición correcta sin provocar una reacción demasiado negativa por parte del bloque de Chávez.
Es el caso que Colombia y Cuba cumplen este año aniversarios significativos. Hace diez años, los dos países se encontraban en una encrucijada. La nación sudamericana convocaba a elecciones presidenciales en medio de una terrible violencia llevada a cabo por fuerzas rebeldes y paramilitares marxistas que traficaban en drogas. Entre tanto, el disidente cubano Oswaldo Payá recibía elogios de todas partes del mundo por su Proyecto Varela, que era una campaña para recoger firmas con el fin de imponer cambios verdaderamente democráticos dentro de la constitución comunista de Cuba.
Diez años más tarde, Colombia es una nación transformada —un “dínamo de prosperidad”, como la llama el periodista Mac Margolis— pero a Cuba la sigue gobernando una dictadura brutal que ha rechazado la liberalización política y que ahora intenta desesperadamente evitar una crisis económica. Por cierto, si Colombia simboliza el enorme progreso que ha hecho América Latina en el nuevo milenio, Cuba sigue siendo una empecinada reliquia del pasado pobre y autocrático de la región.
Colombia podrá no ser miembro del club BRIC (Brasil, Rusia, India, China), pero se la ha incluido en el así llamado bloque CIVETS (Colombia, Indonesia, Vietnam, Egipto, Turquía, Sudáfrica), que agrupa a países con mercados emergentes y con un gran potencial económico. Joachim Bamrud, el director ejecutivo de Latin Trade Group [Grupo Empresarial Latino], dijo que “Colombia tiene la posibilidad de ser estrella durante muchos años más” y señaló que el país “ofrece un entorno mucho más propicio para las empresas” que el Brasil. Un informe del Banco Mundial indica que Colombia tiene ahora uno de los tres marcos legales y reglamentarios más favorables para el comercio” en toda América Latina y el Caribe. Bajo los gobiernos de Uribe (2002-2010) y de Santos, se registraron asombrosas reducciones de la violencia, aunque debemos admitir que Colombia sufre todavía serios problemas de seguridad. (El analista Michael O’Hanlon, del Instituto Brookings, arguye acertadamente que Estados Unidos debe aumentar la asistencia militar a Bogotá.)
Mientras Colombia se iba transformando, el gobierno de Cuba controlaba con mano cada vez más dura la disidencia, a pesar de los grandes esfuerzos de Payá. Su Proyecto Varela derivaba del Artículo 88 de la constitución comunista de 1976, que permite que los ciudadanos propongan leyes si pueden reunir, por lo menos, 10.000 firmas de personas con derecho al voto. Payá consiguió más de 10.000 firmas a favor de su pedido de reforma democrática y, en mayo de 2002, lo presentó a la Asamblea Nacional del Poder Popular de Cuba. Unos días después, Jimmy Carter habló del Proyecto Varela durante su visita a Cuba. Posteriormente, el Parlamento Europeo le concedió a Payá el honor de su Premio Sajarov a la Libertad de Consciencia. Desafortunadamente, ya para ese momento el régimen de Castro se había fabricado su propio falso “pedido” y había enmendado la constitución para reafirmar su férreo compromiso con el comunismo. A comienzos de 2003, el gobierno cubano lanzó una campaña masiva de represión en la que encarceló a docenas de defensores de los derechos humanos, incluidos muchos de los aliados de Payá.
El mes pasado, en su viaje a Cuba, el Papa Benedicto XVI vio un país cuyo sistema político y económico parece estar atrapado en un pliegue del tiempo. Antes de su llegada, el gobierno encarceló a muchos activistas defensores de la democracia, por si acaso se les ocurriera organizar alguna protesta pública. A esta medida la calificó de “ola de represión” el disidente cubano Guillermo Fariñas, ganador del Premio Sajarov del año 2010. (Después de que Benedicto saliera de la isla, el gobierno dejó en libertad a los activistas.) Mientras Benedicto instaba a La Habana a que expandiera las libertades políticas, un importante funcionario cubano respondió con el siguiente comentario a un grupo de periodistas: “Estamos poniendo al día nuestro modelo económico, pero no estamos hablando de ninguna reforma política”.
Con respecto al modelo económico de Cuba, se les ha dado demasiada importancia a las reformas menores de Raúl Castro, que expandieron las posibilidades de comerciar de los empresarios cubanos y dieron algunos pequeños pasos para estimular la iniciativa privada. De hecho[IA1] , en el Índice 2012 de Libertad Económica, publicado por la Fundación Heritage y el Wall Street Journal, Cuba aparece en el puesto 177 de un total de 179 países y está en el último lugar en términos de “libertad de inversión” y “derechos de propiedad”. Aun más, solo Corea del Norte tiene un puntaje más bajo que Cuba en “libertad de comercio”, “libertad financiera” y “libertad de trabajo”. Como señaló el año pasado el historiador Carlos Eire, de la universidad de Yale, la verdad es que las reformas de Castro son “un intento, absurdo y desesperado, de disfrazar la represión y mantener el actual status quo”.
En los últimos diez años, Colombia le ha mostrado a América Latina —y al mundo entero— cuál es la cara del verdadero cambio. Castro, por su parte, ha dejado básicamente intacto el sistema económico de Cuba. Y si pensamos en elecciones libres y justas, el régimen ya ni intenta siquiera aparentar que se mueve en esa dirección. De hecho, diez años después de que Payá presentara su pedido a favor de la democracia ante la Asamblea Nacional, Cuba parece estar más lejos que nunca de alcanzar la libertad política.
Jaime Daremblum fue embajador de Costa Rica en los Estados Unidos desde 1998 hasta 2004 y es ahora director del Centro de Estudios de América Latina en el Instituto Hudson.
[IA1]Como Ud. dice que se les dio demasiada importancia, su frase ya indica que las reformas no son significativas, a pesar de la importancia que muchos les dieron. Por eso mismo, creo que es mejor decir ”De hecho”, que va más de acuerdo con su propia posición. Pero si prefiere la conexión concesiva, puede poner “Sin embargo” en lugar de “De hecho”.
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