A lo largo de toda América Latina, los autócratas y los que aspiran a serlo han sacado provecho, durante mucho tiempo, de las divisiones en la oposición con la que se enfrentan. Durante la última década, esas divisiones han beneficiado a izquierdistas semi-dictatoriales en Argentina, Bolivia, Ecuador, Nicaragua y Venezuela. En 2006, por ejemplo, el líder sandinista Daniel Ortega obtuvo la presidencia de Nicaragua con sólo un 38 por ciento de los votos, a pesar de que una mayoría de nicaragüenses (un 55 por ciento) había votado por uno de sus dos rivales conservadores Eduardo Montealegre y José Rizo. Ese mismo año, el déspota venezolano Hugo Chávez enfrentó a una oposición fracturada y ganó la reelección con el apoyo de un 63 por ciento de los votos.
Todo esto explica por qué Henrique Capriles tiene tanta importancia.
A principios de este mes, Capriles se aseguró la candidatura presidencial en la elección interna de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), la alianza de oposición en Venezuela. Capriles, actual gobernador del estado de Miranda, que tiene la segunda mayor población del país, obtuvo un imponente 64 por ciento de los votos y, de ese modo, recibió un poderoso mandato para representar a las fuerzas del MUD en las elecciones nacionales de octubre de 2010. Como señala Pedro Burelli, antiguo funcionario de la compañía petrolera estatal venezolana, el triunfo de Capriles fue el mejor resultado posible para la oposición y el peor de los resultados para Chávez.
Como era de esperar, inmediatamente después de esa elección, el régimen se dedicó a demonizar al joven Capriles, que tiene 39 años, con mentiras y ataques personales. Mario Silva, un periodista que apoya al gobierno, afirmó que a Capriles lo habían arrestado hace algún tiempo por tener sexo en público con un hombre. Chávez mismo lo calificó a Capriles de ”poca cosa”, de “cerdo” y de ser “el candidato de la burguesía, del capitalismo y del imperialismo”, advirtiéndole además: “irás a gobernar a la tierra de Tarzán y la mona Chita”. Y, por si eso fuera poco, Chávez también se refirió a Capriles como “el inmundo”.
Entre tanto, los medios controlados por el estado venezolano han desatado un torrente de vitriolo antisemita, calificando a Capriles de sionista y de nazi, todo en uno. Estos ataques son, por igual, ridículos y ofensivos. Nieto de judíos polacos que huyeron de su tierra natal para escapar al Holocausto, Capriles es un católico practicante, pero la máquina de propaganda del gobierno ha presentado su ascendencia como prueba de sus siniestros lazos con el “sionismo internacional”. Un columnista que está a favor de Chávez describió al sionismo como “la ideología de los sentimientos más putrefactos que representan la humanidad”.
Esa forma, burda y vulgar, de antisemitismo es digna de Hamas o de Hezbollah. El hecho de que aparezca en un sitio de Internet del gobierno de Venezuela subraya la naturaleza turbia e inquietante del régimen de Caracas, que ha usado sistemáticamente una retórica antijudía y antiisraelí para demonizar a sus críticos de dentro y fuera del país. “En ningún otro lugar de América Latina se siente la comunidad judía más bajo ataque que en Venezuela, donde el jefe de estado, su gabinete y los medios favorables al gobierno han lanzado una sostenida descarga de denuncias y condenaciones de Israel”, informó el Christian Science Monitor en agosto de 2009. Siete meses antes, hombres armados habían robado y hecho destrozos en la sinagoga de Maripérez, en Caracas, “un acto que muchos miembros de la comunidad judía consideran como el mayor ataque antisemita de la historia de Venezuela”. Los intrusos armados desfiguraron la sinagoga con mensajes como “”Fuera con los judíos” y “Asesinos a sueldo de Israel”. (Es más, poco antes del referéndum constitucional de diciembre de 2007 —en el que Chávez sufrió una humillante derrota— la policía estatal venezolana había allanado un prominente club social judío de Caracas.)
La salvaje campaña de difamación contra Capriles indica precisamente hasta qué punto su victoria en la elección interna ha sacudido al gobierno, que está en el poder desde 1999. Chávez, que tiene 57 años y está enfermo de cáncer, sigue siendo personalmente popular entre muchos venezolanos y los ingresos provenientes del petróleo le permitirán aumentar los fondos destinados a programas sociales. Pero al mismo tiempo Chávez se da cuenta de que los votantes están cansados de la alta inflación, el crimen rampante, la escasez de comida y el racionamiento de electricidad. Caracas se ha convertido en la capital mundial del crimen; los comunistas cubanos están ahora a cargo de instituciones clave del gobierno; y la compañía petrolera estatal PDVSA ha estado horriblemente mal administrada. El 4 de febrero, hubo un serio derrame de petróleo en el noreste de Venezuela. Según The Economist, “Entre unos 40.000 y 120.000 barriles de petróleo cayeron en un río que suministra agua potable y de regadío. Alrededor de 550.000 personas carecen ahora de agua en su casa”. (Venezuela tiene una población total de alrededor de 29 millones.)
Estos problemas han contribuido a aumentar el descontento público. Y ahora, por fin, la oposición tiene un líder carismático que puede unir sus muchas facciones y hacer verdaderos avances entre los pobres. Digan lo que digan Chávez y sus compinches, Capriles esta lejos de ser un “derechista”. Capriles es, de hecho, un social demócrata de centro izquierda que quiere seguir el modelo económico popularizado por el ex presidente brasileño Lula da Silva y que, sin duda, ha despertado verdadero entusiasmo público por su candidatura.
Veamos el siguiente informe del New York Times del 12 de febrero:
En un mitin reciente celebrado en la ciudad de Maracay, que está al oeste de Caracas, el Sr. Capriles salió de una camioneta e inmediatamente lo rodeó una multitud de seguidores. Pocos minutos después, Capriles tenía la cara manchada de lápiz de labios y tenía también los bolsillos de su camisa verde llenos de notas, muchas de ellas escritas por gente que le pedía ayuda para conseguir mejor vivienda (las condiciones precarias de vivienda son un problema crónico en Venezuela). La multitud levantó en vilo a Capriles y lo llevó a lo largo de la principal calle comercial, cuadra por cuadra, mientras algunos hombres empujaban para acercársele y levantarle la mano en señal de triunfo y otros se escurrían para sacarle fotos con teléfonos celulares. Nada pudo apagar el espíritu de la multitud, ni siquiera los petardos que lanzaban contra ella amenazantes partidarios de Chávez montados en motocicletas.
Este mes se cumple el vigésimo aniversario del fallido golpe de Chávez de 1992. Si cancela las elecciones de 2012, si se las roba o se niega a aceptar una derrota, Chávez habrá extinguido los últimos rescoldos de democracia en Venezuela. En efecto, esta puede ser la última oportunidad de impedir que se imponga una total petrodictadura. Durante los próximos ocho meses, los Estados Unidos y sus aliados democráticos en toda América Latina deben exigir que Henrique Capriles tenga una verdadera posibilidad de hacer campaña sin que lo hostigue el gobierno. Capriles es el hombre que podría salvar a Venezuela.
Jaime Daremblum fue embajador de Costa Rica en los Estados Unidos desde 1998 hasta 2004 y es ahora director del Centro de Estudios de América Latina en el Instituto Hudson.
Traducción de Inés Azar
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