Durante la última década, Hugo Chávez ha sostenido al régimen de Fidel Castro con sus envíos de millones de barriles de petróleo barato a Cuba. Estos subsidios de energía le han permitido al gobierno comunista mantener su poder en medio de una terrible crisis económica. A cambio de sus envíos de petróleo, Venezuela ha recibido contingentes de médicos cubanos. Y el mes pasado, como sabe ahora todo el mundo, Chávez mismo recibió tratamiento contra el cáncer en La Habana antes de regresar a Caracas a principios de esta semana.
Con todo, la relación estratégica entre Cuba y Venezuela va mucho más allá del petróleo o la atención médica. Además de los médicos, los Castro han despachado militares de alto rango para que asistan en el entrenamiento y administración de las fuerzas de seguridad venezolanas. En febrero de 2010, por ejemplo, el General Ramiro Valdés (arquitecto de la notoria agencia de espionaje G2) viajó a Venezuela, supuestamente para trabajar como “consultor en energía” pero en realidad para asistir a Chávez en la consolidación de una dictadura al estilo de Cuba. De hecho, Chávez ha tratado activamente de “cubanizar” el ejército, la policía y los servicios de inteligencia de Venezuela.
Pocas semanas antes de que Valdés llegara a Caracas, el vicepresidente venezolano Ramón Carrizales y su esposa, Yubiri Ortega, que era ministro del ambiente, renunciaron a sus puestos en el gobierno en protesta por la cubanización de las fuerzas armadas. Poco después, un grupo de prominentes ex-chavistas —incluidos el General Raúl Baduel (ministro de defensa de 2004 a 2007) y otros dos antiguos oficiales del ejército (Yoel Acosta y Jesús Urdaneta) que apoyaron a Chávez en su intento fallido de golpe de estado en 1992— publicaron una carta en la que urgían al “autocrático” y “autoritario” líder venezolano a que renunciara a la presidencia. Entre sus muchas denuncias, la carta afirmaba que las instituciones de Venezuela habían sido “corrompidas por la incursión de elementos foráneos” (léase: cubanos).
Alrededor de esa misma fecha (febrero de 2010), la revista The Economist informaba: “Los cubanos asisten en la administración de los puertos, las telecomunicaciones, la formación de la policía, la expedición de documentos de identidad y el registro de negocios.” Y agregaba: “En algunos ministerios, como el de salud y el de agricultura, los asesores cubanos parecen detentar más poder que los funcionarios venezolanos. El ministerio de salud es a menudo incapaz de proporcionar información estadística —sobre atención médica primaria o epidemiología, por ejemplo— porque esos datos se envían a la Habana.” Entre tanto, “los gremios, en particular los de las industrias del petróleo y de la construcción, han presentado quejas de maltrato por parte de los cubanos.”
Las tensiones provocadas por la cubanización se empeorarán aun más si Chávez muere o queda marginado durante un largo período de tiempo. Los venezolanos de todas las tendencias políticas resienten la presencia de tantos funcionarios cubanos en el país. Cuanto más tiempo permanezca los cubanos en Venezuela, tanto mayor será la posibilidad de que se produzcan serias fricciones en las fuerzas armadas y en otras instituciones. Una ruptura en el ejército podría conducir a la inestabilidad y la violencia.
Cuba no es la única fuente posible de conflicto dentro del ejército. Altos oficiales de las fuerzas armadas de Venezuela —incluidos el General Henry Rangel Silva, “general en jefe” del país, y el General Hugo Carvajal, director de inteligencia militar— están profundamente implicados en el tráfico mundial de drogas. En 2009, la Oficina de Responsabilidad Gubernamental (GAO) de los Estados Unidos informó que el volumen de cocaína puesto en circulación a través de Venezuela había aumentado “significativamente.” De acuerdo con informes de las Naciones Unidas, entre los años 2006 y 2008, Venezuela fue el punto de partida de más de la mitad de todos los cargamentos marítimos de drogas enviados a Europa desde Sudamérica. Según informa el Wall Street Journal, el traficante de drogas venezolano Walid Makled, que estuvo encarcelado en Colombia desde su captura en agosto de 2010 hasta que le dieron la extradición a Venezuela en mayo de este año, admitió que “tenía en su lista de empleados a sueldo a un total de 40 generales y altos funcionarios venezolanos encargados de proveerle, entre otras cosas, seguridad y distribución.” Hay que suponer que estos generales y funcionarios buscarán proteger sus ganancias procedentes de las drogas y se resistirán a compartir o abandonar el botín.
Además de las luchas internas con respecto al narcotráfico y la influencia cubana, el ejército venezolano puede entrar en conflicto con las decenas de miles de grupos paramilitares que Chávez ha cultivado como su fuerza de seguridad personal. Estos milicianos representan en Venezuela el equivalente de la Guardia Revolucionaria Iraní, la organización que en junio de 2009 aplastó con letal eficiencia las manifestaciones masivas a favor de la democracia. Si los venezolanos se levantaran como lo hicieron los iraníes hace dos años, las fuerzas armadas podrían negarse a masacrar a los civiles que protesten en las calles. Pero ¿qué de las milicias, que reciben órdenes directamente de Chávez? ¿Qué pasaría si esas milicias llevaran a cabo una represión sangrienta? ¿Intervendrían los militares para detener su empuje? ¿O permitirían que tenga lugar una masacre como la de la plaza de Tiananmen?
Estas preguntas nos hacen volver a Cuba. ¿Permitiría realmente La Habana que cayera el régimen de Chávez? Después de todo, la isla bajo el control de los comunistas depende de manera crítica del petróleo barato que le proporciona Venezuela. Sin esos subsidios de energía, el gobierno de Castro podría sufrir una implosión. Los asesores militares y el personal de inteligencia que Cuba envía a Venezuela tienen la tarea de fortalecer a Chávez y de preservar el socialismo bolivariano. Si el régimen de Caracas tuviera que enfrentar protestas callejeras masivas, como las de Teherán en 2009 o El Cairo en 2011, ¿harían presión los cubanos para que las reprimieran? Y si fuera sí, ¿tendrían los oficiales del ejército venezolano la capacidad de impedir la represión?
La cubanización de Venezuela ha contribuido de muchas maneras a crear inestabilidad e incertidumbre y ha aumentado también las posibilidades de violencia. Chávez ha permitido, esencialmente, que a su país lo colonicen agentes del aparato comunista, cuyo gobierno tiene un interés vital en mantener a flote al régimen venezolano. Esto ha creado un nuevo obstáculo para la restauración de la democracia en Venezuela. Sin duda, antes de poder escapar de la pesadilla del chavismo y regresar a una forma de gobierno liberal y constitucional, el país sudamericano debe, primero de todo, des-cubanizarse.
Jaime Daremblum fue embajador de Costa Rica en los Estados Unidos desde 1998 hasta 2004 y es ahora director del Centro de Estudios de América Latina en el Instituto Hudson.
(Traducido al español por Inés Azar.)
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