Hasta este momento, Julian Assange, el fundador de WikiLeaks, permanece refugiado en la embajada de Ecuador en Londres. La policía británica, entre tanto, rodea la embajada ecuatoriana en espera de arrestar a Assange y extraditarlo a Suecia, donde se le han hecho múltiples acusaciones legales de agresión sexual. Assange, que entró en la embajada en junio y recibió formalmente asilo a mediados de agosto, teme que a la extradición a Suecia siga, en última instancia, la extradición a los Estados Unidos, donde esperan con impaciencia hacerle juicio por filtrar más de 250.000 cables diplomáticos estadounidenses clasificados como confidenciales. Pero gracias al presidente ecuatoriano Rafael Correa, que se ha vuelto defensor de su causa, el día en que Assange tendrá que rendir cuentas en un juzgado se ha pospuesto indefinidamente.
Estoy seguro de que la mayor parte de los norteamericanos que siguen la saga de la embajada ecuatoriana se hacen la misma pregunta: ¿Por qué razón en este mundo le da Ecuador refugio a un fugitivo internacional con ciudadanía australiana? De hecho, ¿por qué un pequeño país sudamericano, que es pobre y depende de las exportaciones, ha decidido suscitar el antagonismo de los Estados Unidos y de Gran Bretaña para proteger a un delincuente despreciable?
La respuesta es muy reveladora con respecto a Correa — y explica también por qué el enfoque diplomático de Obama frente a Ecuador ha sido errado.
Para empezar, Ecuador tiene elecciones presidenciales en febrero de 2013, y Correa quiere avivar, por todos los medios posibles, el sentimiento nacionalista y presentarse como el valiente defensor de la soberanía de Ecuador ante la agresión “imperialista”. Sus argumentos son absurdos, pero el caso de Assange parece haberle dado a Correa un cierto empuje dentro de su país. Como informa desde Guayaquil el corresponsal William Neuman, del New York Times, “Cuando la disputa sobre Assange se transformó en lucha abierta entre el pequeñito Ecuador y la potente e imperiosa Gran Bretaña, muchos, en este país políticamente tan dividido, se unieron en apoyo del presidente”.
Pero el cálculo electoral es sólo una parte de la historia. Para entender completamente los motivos de Correa en el caso de Assange, necesitamos comprender sus objetivos ideológicos más amplios.
Tanto dentro como fuera del país, el izquierdista ecuatoriano ha seguido el guión de Hugo Chávez. Después de asumir la presidencia, Correa puso en marcha una asamblea constituyente con el fin de modificar la constitución y ampliar considerablemente sus propios poderes. Lo más notable es que Correa adquirió la autoridad de disolver el congreso nacional de Ecuador y de servir varios mandatos consecutivos como presidente. Desde entonces, la democracia ecuatoriana se ha ido derrumbando progresivamente. Correa usa de manera sistemática la matonería para intimidar a sus opositores, y sus ataques contra la libertad de prensa y los medios de comunicación independientes han sido sencillamente feroces.
Pregúntenle, por ejemplo, a Emilio Palacio, ex columnista del periódico de oposición más importante del Ecuador, que huyó de su país en agosto de 2011 después de que lo sentenciaran a tres años de prisión (y le ordenaran pagar millones de dólares de multa) por “difamar” a Correa en uno de sus artículos. (Correa lo perdonó en febrero de este año, después de una protesta internacional, pero Palacio permanece en los Estados Unidos, donde le han dado asilo). O pregúntenle a su colega, el periodista ecuatoriano César Ricaurte, que ganó el Gran Premio a la Libertad de Prensa de la Sociedad Interamericana de Prensa. Ricaurte es director de la ONG Fundamedios, dedicada a defender la libertad de expresión. Esta organización estima que el número de ataques físicos a reporteros ecuatorianos aumentó alrededor de un 50 por ciento (de 101 a 151) entre 2009 y 2011.
El activismo de Ricaurte en favor de la libre expresión tocó un punto sensible en Quito. “Sólo en este año”, observa la agencia Associated Press, “el presidente ecuatoriano usó nueve veces una transmisión especial del gobierno para adelantarse a toda la programación regular de televisión y condenar a Ricaurte. ¿Su supuesto delito? Declarar ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos que Correa es un matón que trata de silenciar a los periodistas que le desagradan”. El otro “delito” de Ricaurte fue recibir financiación para su trabajo de parte de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID). No debe sorprender que Correa intente ahora restringir las actividades de USAID en Ecuador y debilitar sus esfuerzos por promover una genuina democracia.
El ataque contra USAID es un reflejo de la misión más amplia de la política exterior de Correa, que es la de dirigir una coalición anti-Estados Unidos en América Latina y expandir su cooperación con regímenes anti-norteamericanos fuera del Hemisferio. Ecuador ha sido miembro, desde 2009, de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra America (ALBA), dirigida por Venezuela, y ha hecho causa común con regímenes como los de Irán y Rusia. De acuerdo con un informe publicado en 2011 por el Instituto Internacional de Estudios Estratégicos, con sede en Londres, durante la campaña presidencial de 2006, Correa supuestamente recibió apoyo financiero de las FARC colombianas. A principios de este año, Correa boicoteó la Sexta Cumbre de las Américas en protesta porque se había excluido a Cuba. Correa es ferozmente hostil a los Estados Unidos y busca con avidez asociarse con sus adversarios, quienquiera que sean, desde Mahmoud Ahmadinejad y Vladimir Putin hasta Chávez y los hermanos Castro.
En 2008, por ejemplo, Correa se negó a extender un contrato de arrendamiento que había permitido que el ejército norteamericano usara la base aérea de Manta para realizar operaciones contra la droga. (En ese momento, los oficiales norteamericanos que estaban destacados en esa ciudad ecuatoriana declararon al Washington Post que su presencia había aportado a la economía local cerca de 6 millones y medio de dólares por año.) Unos meses después, el presidente boliviano Evo Morales, siguiendo el mismo camino, anunció que se suspendían en todo el país las actividades de la Agencia Antidrogas de los Estados Unidos (DEA por sus siglas en inglés) y le informó a la DEA que tenía tres meses para retirar de Bolivia a todos sus agentes. Tanto Correa como Morales copiaban el modelo que había establecido Chávez cuando expulsó de Venezuela a la DEA en 2005.
En 2011, las relaciones entre Estados Unidos y Ecuador descendieron a un nivel aun más bajo cuando Correa expulsó a la embajadora norteamericana Heather Hodges después de leer un cable filtrado por WikiLeaks en el que Hodges criticaba la corrupción de la policía ecuatoriana. (Correa resiente todavía esos comentarios y hace poco denunció a Hodges por su “actitud imperialista”.) Esto hizo, en efecto, que fracasaran los esfuerzos del gobierno de Obama por mejorar las relaciones bilaterales. El gobierno había mantenido un relativo silencio con respecto a los ataques de Correa contra la democracia y la libertad de prensa, y la Secretaria de Estado Hillary Clinton se había reunido en Quito con el presidente ecuatoriano en 2010. Es notable que el gobierno norteamericano haya seguido tratando a Correa con guantes de seda aun después de la expulsión de Hodges y la sentencia contra Emilio Palacio.
La estrategia de Obama se basaba en una premisa falsa. Las relaciones entre Washington y Quito no se agriaron por la incompetencia, la rigidez o la hostilidad del gobierno de Bush. Se agriaron porque Correa es un izquierdista intensamente antinorteamericano que disfruta de los enfrentamientos y está a favor de la visión ideológica de Hugo Chávez. Como ha escrito Eric Faarnsworth, ex funcionario del gobierno de Clinton, en la revista American Quarterly, Correa y los otros discípulos de Chávez “no quieren estar especialmente asociados a los Estados Unidos en esta coyuntura particular”.
Después de presenciar la ordalía de Assange, ¿alguien tiene todavía alguna duda?
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