Los aniversarios constituyen una buena oportunidad de medir el progreso relativo de un país. Este año, América Latina marca un número significativo de aniversarios decenales de acontecimientos que se extienden a lo largo de medio siglo. Esos aniversarios señalan no sólo cuánto han progresado muchos países sino también cuánto camino les queda a otros por recorrer. La que sigue es una lista parcial.
(1) En 1962, hubo un golpe militar en Argentina; Jamaica ganó formalmente la independencia de Gran Bretaña; por último, la conspiración de Fidel Castro con sus patrocinadores soviéticos desencadenó la más peligrosa crisis de la guerra fría, que nos llevó al borde de la aniquilación nuclear.
Cincuenta años después, la presidenta de Argentina es una cuasi autócrata de izquierda que ha puesto límites a la libertad de prensa y parece estar determinada a repetir los errores de gobiernos anteriores que produjeron una inflación rampante. Los hermanos Castro están vivos todavía y los cubanos siguen languideciendo bajo las botas de su brutal dictadura comunista. Cuando el Papa Benedicto XVI visitó la isla en marzo de este año, un alto funcionario cubano declaró en tono desafiante: “Estamos poniendo al día nuestro modelo económico, pero no estamos hablando de reforma política”. En el resto del Caribe, Jamaica sufre, desde hace ya varias décadas, la tóxica combinación de excesiva burocracia, violencia criminal y corrupción política. “En términos reales”, afirma El Economista, “los jamaiquinos no gozan hoy de mayor prosperidad que la que tenían a principios de los años setenta”.
(2) En 1972, hubo un golpe militar en Ecuador; Juan María Bordaberry asumió la presidencia de Uruguay, país que bajo su régimen dictatorial pronto mereció el título de “cámara de tortura de América Latina”; numerosas huelgas estallaron en Chile en protesta contra las desastrosas medidas de política económica de Salvador Allende.
Cuarenta años después, la casa de gobierno de Quito está ocupada por un discípulo de Hugo Chávez que tiene ambiciones autocráticas y persigue a los periodistas de oposición. Uruguay, en cambio, es un modelo de estabilidad democrática y éxito económico: es el país latinoamericano que recibió el más alto puntaje en el Índice de Prosperidad Legatum de 2011. Chile, por su parte, lleva más de dos décadas de democracia y sigue siendo una gran estrella económica: ningún otro país de América Latina ocupa un puesto más alto que el suyo en el Índice de competitividad global, publicado por el Foro Económico Mundial, o en el Índice de libertad económica de la Fundación Heritage.
(3) En 1982, Honduras adoptó su actual constitución democrática; hubo un golpe de estado en Guatemala; Argentina ocupó las Islas Malvinas (Falkland Islands), de posesión británica, para perderlas después de una guerra breve pero sangrienta; regresó la democracia en Bolivia; después del cese de pagos de México, América Latina se hundió en una crisis de deuda.
Treinta años después, Honduras y Guatemala son dos frágiles democracias enfrentadas a una violencia rampante, causada por el tráfico de drogas, que ha elevado de manera vertiginosa la tasa de homicidios en ambos países. El gobierno de Argentina vuelve a blandir la espada con respecto a las Malvinas para distraer la atención pública de los problemas económicos internos. Y en Bolivia, el pupilo de Chávez, Evo Morales, ha debilitado sistemáticamente la democracia. Lo bueno es que, con la excepción de Bolivia, Argentina y otros pocos países, América Latina —incluidos Brasil y México, los dos países más poblados de la región— ha logrado un nivel de estabilidad económica que habría parecido totalmente implausible en 1982, en medio de la crisis de la deuda. Como notaba en 2010 Michael Reid, experto en asuntos de América Latina, “una región cuyo nombre se había convertido en sinónimo de inestabilidad financiera pasó, en su mayor parte sin problemas, la reciente recesión”.
(4) En 1992, los participantes de la larga guerra civil de El Salvador firmaron un pacto final de paz; Hugo Chávez encabezó un fallido intento de golpe de estado en Venezuela; agentes iraníes hicieron estallar un coche bomba frente a la embajada de Israel en Buenos Aires (el ataque dejó un saldo de 29 muertos); Perú, por su parte, sufrió una crisis constitucional cuando el presidente Alberto Fujimori inició un “autogolpe”.
Veinte años después, El Salvador está sacudido por la violencia criminal y, en este momento, se hunde en una grave crisis constitucional. Pero al mismo tiempo, una reciente tregua entre las maras ha reducido considerablemente la tasa nacional de homicidios y la democracia salvadoreña debería ser fuerte lo bastante como para superar la actual lucha por el poder entre la corte suprema y la asamblea nacional. Hugo Chávez ha fracasado en su intento de crear en El Salvador una autocracia que le sea favorable, pero continúa fortaleciendo con los ingresos petroleros su propia autocracia en Venezuela, donde las reglas electorales se manipulan en su favor y donde los medios de comunicación de oposición han sido prácticamente abolidos. Perú es otra historia: allí se ha consolidado la democracia y el crecimiento económico es el más rápido de toda América Latina. Desafortunadamente, el vecino Ecuador está ayudando a los iraníes a sobrellevar el sufrimiento que les infligen las sanciones del bloque occidental y a expandir su presencia en América del Sur. Teherán se beneficia además de una estrecha alianza con el régimen de Chávez.
(5) En 2002, Argentina formalmente cesó el pago de su deuda soberana, provocando una crisis económica que se extendió a todo el cono sur de Sudamérica; en Venezuela, Chávez sobrevivió un intento de golpe de estado; en Colombia, el candidato conservador Álvaro Uribe fue elegido presidente, en medio de una grave crisis de seguridad; en Brasil, por su parte, el izquierdista Lula da Silva triunfó en las elecciones presidenciales, para consternación de los altos dirigentes de empresas (“Los inversores”, informaba la BBC en agosto de 2002, “detestan a Lula”.)
Diez años más tarde, Argentina está una vez más en camino al desastre económico y Venezuela vive efectivamente bajo una dictadura protegida por generales que trafican en drogas y por fuerzas civiles paramilitares. Colombia, en cambio, tiene una democracia relativamente estable, un sistema de seguridad notablemente mejor y una economía mucho más fuerte de los que tenía en 2002. Uribe merece enorme reconocimiento por transformar a Colombia, del mismo modo que lo merece Lula por rechazar el socialismo “a la Chávez” y por mantener al Brasil en el camino de la estabilidad económica. Uribe y Lula son, sin duda, los dos líderes democráticos más importantes de América Latina en los últimos diez años.
El embajador Jaime Daremblum es director del Centro de Estudios de América Latina en el Instituto Hudson.
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