Castro y la maldición del petróleo

La semana pasada, un comunicado del Financial Times enviado desde La Habana planteaba la posibilidad de que el descubrimiento de importantes yacimientos petrolíferos en las aguas continentales de Cuba pudiera producir cambios económico significativos en la isla y transformar, además, su relación oficial con los Estados Unidos. Yo no estoy tan seguro.

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Raúl Castro y sus compinches están obviamente encantados con la perspectiva de encontrar masivas reservas de petróleo en su porción de aguas territoriales en el Golfo de México. Cuba está recibiendo un torrente de inversiones extranjeras en apoyo de proyectos de perforación de gran escala, y hay ahora empresas de todas partes del mundo que cortejan con entusiasmo al régimen comunista. ¿Qué cantidad de petróleo pueden contener los yacimientos submarinos de Cuba? Los cálculos varían de 4.600 a 20.000 millones de barriles. “Aun de acuerdo con los cálculos más conservadores, Cuba se convertiría en exportador neto de petróleo”, apunta la BBC. “El descubrimiento de una gran reserva le proporcionaría riquezas incalculables”.

Si Cuba se convirtiera en un importante productor de petróleo, el régimen de Castro recibiría un diluvio de ingresos adicionales que le permitirían (1) lograr una mayor estabilidad financiera y (2) darle un fuerte estímulo a la economía crónicamente disfuncional de Cuba. En última instancia, el petróleo podría convertirse en el más importante soporte vital para un gobierno que actualmente depende de los masivos subsidios de energía que le provee Venezuela.

Pero no debemos esperar que el dinero derivado del petróleo acelere la marcha de la reforma económica de Cuba. Es mucho más probable que ocurra todo lo contrario.

En efecto, Cuba es precisamente el tipo de país del que deberíamos esperar que sufra la “maldición del petróleo”. En todo el Medio Oriente, Asia Central y África, la riqueza petrolera ha hecho posible que unos autócratas matones rechacen toda seria reforma económica, fortalezcan su control político y, de hecho, sobornen a los ciudadanos con generosos programas sociales. (Noruega es uno de los pocos países que han evitado la maldición del petróleo por razones que explica Alex Blumberg, corresponsal de NPR, en su artículo de septiembre de 2011.) Cuba tiene ya un gobierno totalitario que domina la economía, aplasta la disensión y encarcela a los activistas de derechos humanos. La bonanza petrolera sólo serviría para que el régimen pueda, con mayor facilidad, mantener su férreo control político y posponer la introducción de reformas de libre mercado.

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Los cubanos no necesitan una infusión de dinero procedente del petróleo, que enriquecerá a los apparátchiks del Partido Comunista y contribuirá a que la dictadura consolide su poder durante un período de transición. Lo que necesitan los cubanos es libertad económica. Pero, más que propiciar una genuina liberalización de largo alcance, Raúl Castro se ha contentado con introducir algunos tímidos cambios mientras aumenta la represión política. Los cubanos disfrutan hoy de una libertad económica sólo marginalmente mayor que la que tenían en 2008, cuando Raúl inició sus tan pregonadas reformas.

Démosle simplemente un vistazo al nuevo Índice de Libertad Económica, publicado por la Fundación Heritage y el Wall Street Journal: en general, Cuba ocupa el puesto 177, de un total de 179 países y territorios; su puntaje global es un 52 por ciento inferior al promedio mundial, para no mencionar su puntaje de un 67 por ciento inferior al promedio en la categoría de economías “libres”. Ningún país tiene un puntaje inferior al de Cuba en las categorías de “libertad de inversión” y de “derechos de propiedad”. El único país con un puntaje inferior al de Cuba en “libertad de comercio”, “libertad financiera” y “libertad de trabajo” es Corea del Norte. (Debemos notar también que, entre los países productores de petróleo, Rusia ocupa el puesto general 144, Angola el 160, Uzbekistán el164, Irán el 171 y Venezuela el 174.)

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Si la inversión extranjera fuera todo lo que se necesita para dar impulso a reformas económicas de largo alcance, Cuba se parecería mucho más a China. Durante las últimas dos décadas, Cuba recibió amplias inversiones —y abundante turismo— de países de Europa, Asia y el resto de América Latina. Pero eso ha hecho muy poco (si es que ha hecho algo) para fomentar la liberalización. De hecho, las inversiones extranjeras y el turismo han sostenido al régimen de Castro durante tiempos económicamente difíciles y han reducido, de ese modo, los incentivos del gobierno para iniciar reformas.

En el Índice de Libertad Económica 2012, el puntaje de China es 45 por ciento más alto que el de Cuba. Esa diferencia no se debe a la inversión extranjera. Se debe a que, hace ya mucho tiempo, el gobierno chino tomó la decisión consciente de permitir una mayor libertad económica. China es todavía una dictadura que practica una forma pervertida de capitalismo de estado pero, económicamente, es mucho más libre que Cuba.

Hasta ahora, las reformas económicas de Raúl Castro han consistido, más que nada, en despedir a trabajadores del estado, en expandir el número de actividades en las que es legalmente posible trabajar por cuenta propia y en permitir que los cubanos vendan sus vehículos usados y sus casas (a pesar de que, técnicamente, todas las casas son propiedad del gobierno). En un artículo publicado en el periódico británico The Guardian, el historiador de la Universidad de Yale Carlos Eire puso en perspectiva las reformas de Castro: “Lo que la prensa cubana, que está controlada por el gobierno, no dirá nunca, y lo que no se animan a decir la mayor parte de los corresponsales extranjeros que están en territorio cubano”, escribe Eire, “es que esas así llamadas “reformas” son una pura ilusión y un intento absurdo y desesperado de camuflar la represión y de mantener el actual status quo”.

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Ciertamente, el gobierno de Cuba ha intensificado el acoso a las figuras de oposición y a los manifestantes pacíficos. Sirva de testimonio la muerte del disidente cubano Wilman Villar Mendoza, encarcelado por el régimen, cuya huelga de hambre terminó trágicamente el 19 de enero. “La responsabilidad por la muerte de Wilman Villar Mendoza, mientras estaba bajo custodia, recae directamente en las autoridades cubanas, que lo juzgaron sumariamente y lo encarcelaron por ejercer su derecho a la libertad de expresión”, afirmó el funcionario de Amnistía Internacional Javier Zúñiga. “El caso de Villar Mendoza muestra el modo en el que el gobierno cubano castiga la disidencia”, declaró José Miguel Vivanco, funcionario de Human Rights Watch. “Las detenciones arbitrarias, las farsas de juicio, el encarcelamiento inhumano y el acoso a las familias de disidentes —estas son las tácticas que utiliza el gobierno para silencias a sus críticos”.

La viuda de Villar Mendoza participa activamente en el grupo denominado Las Damas de Blanco, formado por mujeres relacionadas con disidentes cubanos encarcelados por el gobierno. Berta Soler, la dirigente del grupo, habló con gran fuerza después de la muerte de Villar Mendoza. “El gobierno lo mató”, dijo Soler, “Es un asesinato más en la cuenta del gobierno de Cuba”.

Mientras La Habana siga encarcelando y tratando brutalmente a hombres como Wilman Villar Mendoza, resultará muy difícil que las relaciones entre Estados Unidos y Cuba mejoren de manera significativa, no importa cuánto petróleo pueda encontrar Cuba en el Golfo de México. Recordemos que, cuando el gobierno de Obama disminuyó las sanciones de Estados Unidos contra Cuba, la respuesta del régimen de Castro fue detener al contratista de USAID Alan Gross, que fue posteriormente sentenciado a 15 años de prisión en una cárcel cubana. Si quisiera verdaderamente mejorar las relaciones con Washington, La Habana habría dejado en libertad a Gross hace ya mucho tiempo.

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Cuba cambiará —realmente— cuando su gobierno decida adoptar con los brazos abiertos la libertad política y económica. Hasta que eso ocurra, los ingresos procedentes del petróleo servirán solo para atrincherar aún más a una de las dictaduras más represivas del mundo.

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